[ Pobierz całość w formacie PDF ]

la población si no se rinde en el término de dos horas. ¡Póngase usted
en salvo, Sara; póngase usted en salvo, Zeffen!
¡Figúrate, querido Federico, cuáles serían los gritos y lamentos
de las dos mujeres al escuchar semejante noticia!
-Esos malvados -pensaba yo, con el cabello erizado por el terror,
-no tienen piedad ni aun de las mujeres y los niños. ¡Caiga sobre ellos
la maldición del Cielo!
Zeffen se arrojó en mis brazos. Yo no sabía qué hacer.
-Los enemigos -agregó Helmann -no hacen sino devolvernos el
mal que les hemos hecho. De este modo se cumplen las palabras del
Eterno: «Serás tratado según trataste a tu hermano» Pero, el tiempo
apremia y es forzoso salvarse a toda prisa.
El toque de llamada había dejado de oírse.
Me temblaban las piernas y Sara que no perdía jamás su sangre
fría me dijo:
-¡Despáchate, Moisés! ¡Corre a tu sitio, no sea que te hagan
prender!
Y como al mismo tiempo me empujase hacia la puerta empecé a
bajar la escalera, diciendo a Heymann:
-¡Rabino, deposito en usted toda mi confianza!.. ¡Sálvelas!
No sé cómo llegué a la plaza de Armas a tiempo de responder a
la lista. Por lo demás, ya comprenderás el estado de mi espíritu al con-
118
www.elaleph.com
El bloqueo donde los libros son gratis
siderar que dejaba abandonados a Sara Zeffen, Safel y los dos peque-
ñuelos.
Nuestro gobernador Moulin, el, teniente coronel Brancion y los
capitanes Revonyé, Vigneron y Grevillet, eran los únicos que parecían
no inquietarse por nada. Estos soldadotes nos hubieran sacrificado a
todos por su Emperador. El gobernador, sobre todo, solía decir a quien
quería escucharle que él rendiría la plaza cuando una bomba le que-
mase el pañuelo que llevaba en el bolsillo. ¡Juzga Federico, por esta
baladronada cuál sería el talento de aquel hombre!
En fin, nos pasaron revista mientras una multitud de ancianos
achacosos, mujeres y niños atravesaban la plaza en dirección a las
casamatas.
Pocos instantes después vi pasar al viejo Heymann, conduciendo
mi carretón de mano, cargado de colchones y ropas de cama. El rabino
tiraba de las varas y Safel empujaba el ligero vehículo, detrás del cual
iban Sara y Zeffen, llevando en los brazos una a David, y la otra al
tierno Esdras.
Marchaban con las ropas en desorden y los cabellos enmaraña-
dos, como si huyeran de un incendio, pero sin lanzar lamentos, silen-
ciosas en medio de tan gran desolación.
¡Con qué placer hubiera dado mi vida por poder abandonar las
filas y correr a ayudarlas!
¡Ah, los hombres que vivieron en aquellos tiempos, han visto co-
sas horrorosas! Cuántas veces me he dicho interiormente:
-¡Dichoso aquel que vive solo en el mundo! él no sufre más que
sus propios dolores; no ve gemir y padecer a los que ama sin ser dueño
de consolarlos ni prestarles el menor auxilio.
Acabada la revista, el gobernador mandó a los artilleros nacio-
nales al polvorín, en busca de municiones para servir las piezas; re-
partió los bomberos en los diferentes cuarteles de la ciudad,
quedándonos nosotros, con medio batallón del 6º de ligeros, para la
guardia del Ayuntamiento y destacar las patrullas y retenes que fueran
necesarios.
119
www.elaleph.com
Erckmann-Chatrian donde los libros son gratis
Los otros dos batallones habían sido distribuidos entre Tres Ca-
sas, la Fuente del Castillo, los blockaus, las media lunas, la granja de
Ozillo y las Casas Rojas, fuera de la plaza y demás puestos avanzados.
La fuerza que quedó en el Ayuntamiento constaba de treinta y
dos hombres, esto es, de diez y seis soldados, a las órdenes del subte-
niente, Schinindret, y de otros tantos guardias nacionales, mandados
por el guarnicionero Jacob. Entre estos últimos me encontraba yo. La
habitación del teniente Burrhus fue destinada a cuerpo de guardia.
Esta famosa estancia era una espaciosa sala cuadrada con vigas de un,
grosor que en vano se buscarían hoy iguales en nuestros bosques; a la
izquierda, en un rincón junto a la puerta había una estufa de hierro
colado, cuyo tubo, formando zig-zag, entraba en la chimenea. En el
fondo se veía un montón de leña. El agua, el viento y la nieve entra-
ban por todas partes. Yo no había visto nada más triste que aquello,
no solamente porque de un momento a otro esperaba ver caer una
granizada de bombas sobre, mi cabeza y prender luego al edificio, sino
también porque, la nieve licuefacta había convertido aquello en un
barrizal, la humedad penetraba hasta los huesos y el sargento no cesa-
ba de dar órdenes y más órdenes a voz en. cuello.
Añade a esto la rechifla y sarcasmo, de qué yo era objeto por
parte de aquel hato de pizarreros, albañiles y empedradores, mis com-
pañeros de armas, que, sentados en torno de la estufa, me tuteaban
cual si fuese un canalla como ellos, diciendo:
-¡Moisés, alárgame el cántaro!
-¡Moisés, dame fuego!
 ¡Ah, pícaros judíos! ¡cuando vino arriesga su pellejo porque no
lo roben sus riquezas vienen aquí dándose importancia!.. ¡Miren el
holgazán!
Y mil impertinencias por el estilo.
Algunos de ellos me: habrían enviado de bueno, gana a com-
prarles tabaco con mi dinero. Todo lo que un hombre puede sufrir,
hube de soportar allí. ¡Todavía me estremezco con sólo pensarlo!
120
www.elaleph.com
El bloqueo donde los libros son gratis
Por otra parte, el humo, de las pipas y de los enormes troncos
que ardían en la estufa, no bien secos aún, me cortaban la respiración.
A cada instante tenía que, asomarme a una ventana para aspirar el
aire, puro, y fresco, de la noche; pero bien pronto el agua que caía a
torrentes me obligaba a retirar la cabeza.
Algún tiempo después, al acordarme de esto, he pensado que sin
las miserias y trabajos que tuve que, sufrir aquel aciago día, la sola
idea de que estaban Sara y mis hijos encerrados en una casamata me
habría vuelto loco. [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

  • zanotowane.pl
  • doc.pisz.pl
  • pdf.pisz.pl
  • razem.keep.pl