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nombre; y lo mismo en las oraciones laudatorias.
Se puede negar la realidad del hecho elogiado, o
el nombre que el panegirista le da, o la legitimidad y
rectitud del hecho mismo. De todos estos argu-
mentos se valió con Impudencia César contra mi
glorioso amigo Caton. A la controversia que resulta
de este estado de la causa llaman los Griegos
. Yo prefiero llamarla aquello
que se trata. A las pruebas y apoyos de la defensa
llamamos fundamentos quitados éstos, no hay de-
fensa. Como la ley es en toda controversia el argu-
mento más firme, hemos de invocar siempre el
testimonio y auxilio de las leyes. De aquí nacen
nuevos estados de la causa que se llaman legítimos.
Entonces se sostiene que la ley no dice lo que el
adversario supone. Acontece esto cuando el escrito
es ambiguo y puede tomarse en dos sentidos dife-
rentes. En este caso, o se opone a lo escrito la vo-
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MA R C O T U L I O C I C E R ÓN
luntad del legislador y se pregunta qué vale más, las
palabras o la sentencia, o se cita una ley contraria.
Tres son, por tanto, los géneros de controversia en
todo escrito: ambigüedad, discrepancia del escrito y
de la letra, escritos contrarios.
Claro es que estas controversias no ocurren sólo
en las leyes, sino en los testamentos, estipulaciones y
demás actos que se hacen por escrito. De esto trata-
remos en otro libro. Y no solo hay argumentos para
todo el discurso, sino para cada una de sus partes,
ya propios, ya comunes, vg.: en el exordio, para ha-
cer a los oyentes benévolos, dóciles y atentos; en la
narración, para que sea clara, breve, evidente, creí-
ble y acomodada a la dignidad de las personas: cua-
lidades que han de resplandecer en todo el discurso,
pero que son más propias de la narración.
Como la fe que se da a la narración depende del
modo de persuadir, sirven aquí todos los lugares
útiles para la persuasión. En el epílogo se usa prin-
cipalmente la amplificación, cuyo objeto debe ser
perturbar o aquietarlos ánimos, y excitar o calmar
las pasiones antes irritadas. Para este género, en que
entran la misericordia, la ira, el odio, la envidia y
demás afectos humanos, se dan reglas en otros li-
bros que podrás leer conmigo cuando quieras.
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T ÓP I C OS A C A Y O T R E B A C I O
Por lo que toca a mi actual propósito, creo ha-
ber satisfecho tu voluntad, pues para no pasar en si-
lencio nada de lo que puede conducir a la invención
de argumentos, me he extendido más de lo que de-
seabas, y he hecho lo que suelen hacer los liberales
vendedores cuando traspasan la propiedad de algu-
na casa o fundo, cediendo grát1s al comprador
cualquier ornato o mejora que hayan hecho. Por
eso yo, además de darte lo que tenía obligación, he
añadido ciertos adornos y perfiles que no eran ab-
solutamente necesarios.
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