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que se estaba haciendo con ellas; esperaban que alguien con la suficiente autoridad
hiciera algo al respecto... ¡y lo hiciera ya!
La influencia de Barstow sobre su gente iba disminuyendo tan rápidamente como la de
Ford sobre su Consejo.
- No pueden ser cuatro días - repitió Ford -. Más bien doce horas... veinticuatro para el
exterior. El consejo se reúne de nuevo mañana por la tarde.
Barstow parecía preocupado.
- No estoy seguro de poderlos preparar en tan poco tiempo. Podría tener problemas al
llevarlos a bordo.
- No se preocupe por ello - restalló Ford.
- ¿Por qué no?
- Porque - dijo Ford con brutal sinceridad - cualquiera que quede atrás será muerto... en
el mejor de los casos.
Barstow no dijo nada y desvió la vista. Era la primera vez que cualquiera de ellos había
admitido explícitamente que no se trataba de una inofensiva cuestión de trapacería
política, sino de un desesperado y casi imposible intento de evitar una masacre... y que el
propio Ford estaba a ambos lados de la valla.
- Bien - cortó Lazarus bruscamente -, ahora que ambos han dejado bien sentado esto,
sigamos con el asunto. Puedo hacer atetar la Chile en... - hizo una pausa y estimó
rápidamente cuánto tardaría en subir a la órbita y cuánto tiempo le llevaría dirigirse al
lugar de la cita -... bien, digamos a las veintidós, hora de Greenwich. Añadamos una hora
como margen de seguridad. ¿Qué les parece mañana por la tarde, a las diecisiete en
punto, hora de Oklahoma? En realidad, es hoy mismo.
Los otros dos parecieron aliviados.
- Me parece bien - aceptó Barstow -. Los tendré en la mejor forma que me sea posible.
- De acuerdo - admitió Ford -, si eso es lo más rápido en que puede hacerse. - Pensó
por un momento -. Barstow, ordenaré inmediatamente a todos los agentes y personal del
gobierno que se hallan ahora dentro de la reserva que la abandonen y se queden fuera de
la barrera. Una vez la puerta se contraiga tras ellos, podrá decírselo a todos.
- De acuerdo. Lo haré lo mejor posible.
- ¿Algo más antes de que cortemos? - preguntó Lazarus -, Oh, sí... Zack, será mejor
que me indiques un lugar donde aterrizar, o puedo acortar un montón de vidas con mis
chorros.
- Oh, sí. Haz tu aproximación por el oeste. Marcaremos un círculo que puedas ver
claramente. ¿De acuerdo?
- De acuerdo.
- No tan de acuerdo - negó Ford -. Tendremos que proporcionarle un rayo piloto para la
aproximación.
- Tonterías - objetó Lazarus -. Podría aterrizar directamente encima del Monumento a
Washington.
- No, esta vez no podría. Se sorprendería si supiera el tiempo que va a hacer.
Mientras se aproximaba a su cita con la Chile, Lazarus lanzó la señal de identificación;
el radiofaro de la Chile envió su eco de respuesta, para su alivio... tenía poca fe en los
aparatos que no había montado personalmente, y una larga búsqueda de la Chile en
aquel momento hubiera podido ser desastrosa.
Calculó el vector relativo, hizo avanzar la nave auxiliar, se deslizó, penetró en el
alvéolo... estuvo dentro en tres minutos escasos, y se sintió satisfecho de sí mismo.
Aseguró la navecilla, se apresuró hacia la cabina de mandos, e inició el descenso.
Entrar en la estratosfera y sobrevolar dos tercios del globo no le llevó más tiempo del
que había calculado. Utilizó parte del margen horario que se había concedido para ahorrar
maniobras a fin de no utilizar demasiado los gastados y obsoletos inyectores. Luego
penetró en la troposfera e inició su aproximación, con la temperatura exterior del casco
alta pero no peligrosa. Entonces se dio cuenta de lo que había querido decir Ford con
respecto al tiempo. Oklahoma y la mitad de Texas estaban cubiertas por profundas y
densas nubes. Lazarus se sintió sorprendido y en cierto modo complacido; aquello le
recordó otros días, cuando el tiempo era algo que se experimentaba en vez de controlarlo.
La vida había perdido algo de su sabor, en su opinión, cuando los ingenieros climáticos
habían aprendido cómo dominar los elementos. Deseó que su planeta - ¡si hallaban
alguno! - tuviera un clima agradable y variado.
Luego estuvo abajo, y demasiado ocupado como para seguir meditando. Pese a su
tamaño, el carguero obedecía dócilmente. Huau! Ford debía haber ordenado su pequeña
cencerrada para el momento adecuado... y los integradores tenían que haber dispuesto
de una gran área de bajas presiones lo suficientemente cerca como para echar mano de
ella.
En algún lugar un operador de control le estaba gritando algo; apagó el transmisor y
dedicó toda su atención a su radar de aproximación y a las fantasmagóricas imágenes del
rectificador de infrarrojos mientras comparaba lo que le decían con su rastreador inercial.
La nave pasó por encima de una cicatriz de kilómetros de ancho en el paisaje... las ruinas
de la Ciudad Rodante Okla - Orleans. Cuando Lazarus la había visto por última vez,
hormigueaba de vida. De todas las monstruosidades mecánicas con las que se había
abrumado la propia humanidad, rumió, aquellos dinosaurios ocupaban fácilmente el
primer lugar.
Luego sus pensamientos fueron bruscamente cortados por un chillido en su tablero de
control; la nave había captado el rayo piloto. Se dejó guiar por él, cortó su último chorro
cuando oyó el contacto con el suelo, y accionó una serie de interruptores; las grandes
compuertas del carguero se abrieron estruendosamente, y la lluvia penetró por ellas.
Eleanor Johnson se acurrucó sobre sí misma, medio luchando contra la tormenta, e
intentó cubrir más apretadamente con su capa al bebé que mantenía sujeto en el hueco
de su brazo izquierdo. Cuando la tormenta se había iniciado, el niño había gritado
interminablemente, tensando insoportablemente sus nervios. Ahora estaba tranquilo, pero
aquello parecía tan sólo una nueva causa de alarma.
Ella misma había llorado, aunque había intentado no evidenciarlo. En todos sus
veintisiete años nunca se había visto expuesta como entonces a las inclemencias del
tiempo; parecía un simbolismo de la tormenta que había desbaratado su vida, anotándola
de su querido primer hogar construido por ella misma, con sus chimeneas de estilo
antiguo, su radiante cabina de servicio su termostato que podía poner a la temperatura
que ella desea sin tener que consultar a los demás... una tormenta que la había
arrastrado entre dos torvos agentes, arrestada como cualquier pobre psicótico, y llevada
tras terribles indignidades hasta allá, hasta aquella fría y pegajosa arcilla del campo de
concentración de Oklahoma.
¿Era cierto todo aquello? ¿Era posible que fuera cierto? ¿O aún no había dado a luz a
su bebé y no era más que otra de aquellas extrañas pesadillas que había sufrido mientras
lo llevaba en su seno?
Pero la lluvia era demasiado húmeda y fría, el trueno demasiado intenso; nunca
hubiera podido dormir a través de un sueño como aquél. Luego lo que les había dicho el
Depositario Mayor debía ser cierto también... tenía que ser cierto; había visto la nave
posarse ante sus propios ojos, con sus toberas brillando contra la negrura de la tormenta.
Ya no podía verla, pero la multitud a su alrededor se movía lentamente hacia adelante,
debía estar frente a ella. Estaba cerca del final de la multitud; iba a ser una de las últimas
en subir a bordo.
Era muy necesario subir a la nave... el viejo Zaccur Barstow se lo había dicho a todos
con una profunda solemnidad, indicando lo que les ocurriría si no podían hacerlo. Ella le [ Pobierz caÅ‚ość w formacie PDF ]

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